
Por Fernan Camilo Fortich Barrios, especial para NOVA
Que el mundo es un cambalache, ya lo cantaba Gardel en su tango: “Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio o chorro, generoso o estafador…”
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— Fernan Fortich (@Fernancfortich) April 2, 2025
“Hoy el Consejo Nacional Electoral nos ha reconocido oficialmente como organización política. Con entusiasmo y compromiso, iniciamos este camino para construir el país próspero que merecemos. ¡El Partido Fusionista es ya una realidad!”@soyfusionista https://t.co/U2Ypxu7hpg
Vivimos tiempos donde esa mezcla absurda se volvió norma. Donde se invierten los valores, se celebran los errores y se oculta la verdad detrás de discursos vacíos.
Donald Trump ha declarado el regreso de los aranceles como “el día de la liberación”. Pero lo que realmente marca es el día de la opresión.
Los aranceles no liberan. Son barreras, son muros. Obstáculos artificiales a la cooperación social, principio esencial del libre comercio.
En lugar de abrir caminos, los bloquean. En lugar de unir personas, las aíslan. Y como todo impuesto, castigan más al ciudadano común que al poderoso.
Adam Smith desmontó hace siglos esta superstición. En La Riqueza de las Naciones escribió: “La máxima de todo jefe de familia sensato es nunca tratar de hacer en casa lo que cuesta más hacerlo que comprarlo.”
El comercio funciona porque dos partes, de forma voluntaria, intercambian lo que necesitan. Ambas ganan.
Pero cuando un gobierno interviene y encarece ese intercambio, rompe la lógica del beneficio mutuo.
En 1930, la Ley Smoot-Hawley impuso aranceles altísimos en Estados Unidos. Más de mil economistas advirtieron que sería un desastre. Lo fue. El comercio global se contrajo 66 por ciento en cuatro años.
Una recesión se transformó en la Gran Depresión. Todo, por levantar barreras en nombre del proteccionismo. Hoy, casi un siglo después, el error se repite. Solo que con nuevas palabras y viejos prejuicios.
Pero no todo el mundo camina hacia atrás. El pasado 30 de marzo, en Seúl, los ministros de Japón, China y Corea del Sur acordaron acelerar un pacto de libre comercio.
Tres naciones que han sido rivales históricos. Hoy se unen para derribar muros, no para levantarlos. Representan el 25 por ciento del PIB global y el 21 por ciento del comercio mundial.
Mientras en Oriente se expande la cooperación, en Occidente se celebra el encierro. Ahí está la decadencia.
Y no solo es proteccionismo. También es imperialismo económico: castigo, presión y chantaje desde el poder. Esa postura, disfrazada de patriotismo, es aprovechada por las izquierdas para atacar la economía de mercado.
Por eso, como bien señala Alberto Mansueti, es parte de las derechas malas.
Las que hablan de libertad, pero practican lo contrario.
Esperemos que Trump no repita el error de Hoover. Que recapacite antes de que el daño sea irreversible.
Porque cuando se aplaude lo que daña y se condena lo que libera, como advirtió Isaías: “A lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz.”