
Por Fernán Camilo Fortich Barrios (*), especial para NOVA
Durante mis primeras visitas a los Estados Unidos, había algo que me llamaba profundamente la atención: unos letreros simples pegados en las puertas de restaurantes, supermercados y gasolinerías.
Abajo decían: Now Hiring.
No fue la primera palabra que aprendí en inglés, pero sí una de las primeras que me hizo pensar. Estaban contratando. ¡Y no uno, ni dos sitios… todos!
Tiempo después, cuando terminé el colegio, me fui para allá con el recuerdo de esos letreros grabado en la cabeza. Era el cambio de siglo. El famoso Y2K. Mientras muchos temían el fin del mundo, yo pensaba en tener una oportunidad.
Y ahí estaban, como si me esperaran: Now Hiring.
Pero esta vez no los vi. Esta vez entré. Apliqué.
Y me pasó algo que en Colombia nunca me hubiera ocurrido: tenía opciones para elegir.
Recuerdo estar en una cadena de hamburguesas donde me ofrecieron dos cargos: uno en cocina y otro en atención al público. El de cocina pagaba menos… y lo descarté de inmediato, porque a mí se me quema hasta el agua. No sabía cocinar. El otro pagaba más, pero exigía hablar inglés. Yo no sabía.
Aun así, escogí ese, el que mejor pagaba.
Tuve que aprender los saludos, memorizar los combos y arranqué.
Así de simple. Así de libre.
Hasta dentro del mismo restaurante, el mercado reconocía el valor distinto del trabajo según la habilidad. Esa es la lógica que aquí —en Colombia— criminalizamos.
Estuve un año. Y me devolví.
No sé si fue un error, pero me resisto a aceptar que las personas no vean lo evidente: aquí no se ataca un modelo económico, se ataca la libertad.
La libertad de elegir. La libertad de avanzar.
El historiador James Truslow Adams, en su libro La épica de América, definió el sueño americano como algo más profundo que carros y salarios. Lo llamó un orden social en el que cada hombre y mujer pueda aspirar, sin importar su origen, a una vida mejor, con vivienda, empleo, educación, salud y seguridad.
Y sin embargo, en Colombia eso sí parece una ambición exagerada.
Aquí no hay sueño colombiano. Aquí hay fugas.
Los más inteligentes fueron los que partieron hace tiempo. Ellos entendieron que sin libertad no hay trabajo, y sin trabajo no hay prosperidad.
Llevamos 25 años haciendo reformas laborales que no reforman nada. Son ajustes cosméticos. Parches sobre parches.
El desempleo continúa en dos cifras. La informalidad sigue siendo la regla. Y el trabajo formal, una excepción controlada por el Estado.
La informalidad es lo que queda cuando la libertad está prohibida.
En Colombia no hay bonanza laboral porque no hay libertad.
Por eso aquí no vemos los letreros de Now Hiring.
Aquí lo que vemos son aeropuertos llenos.
Y jóvenes frustrados enviando hojas de vida por todos lados, recibiendo propuestas de salarios paupérrimos.
Y es ahí cuando no entienden, o no quieren entender,
por qué gana más alguien lavando platos en otro país que un profesional en Colombia.
(*) Abogado. Especialista en Derecho Administrativo. Especialista en Alta Gerencia. Especialista Movilidad y trasnsporte. Empresario del sector salud y transporte.